martes, 18 de diciembre de 2018

¡QUE PENA DE MUERTE!

Asisto, como todos, al lamentable espectáculo de la ejecución de Sadam, probablemente uno de los más sanguinarios asesinos de masas de la Historia, y pasan por delante de mis ojos las caras de las miles de vidas cercenadas, del estéril sufrimiento creado, de los familiares y amigos de tantos y tantos y de los niños , esos pequeños seres que tienen mil veces más capacidad que los adultos para todo:disfrutar, creer, amar, ...pero también sufrir. ¿Cuánto miedo cabe en la cabeza de un niño cuyos padres acaban de morir? ¿o están permanentemente amenazados?¿o escuchan las bombas caer?..y aun así no consigo ponerme del lado de los defensores de la pena de muerte.
Hoy viendo la cara de Sadam en la portada de los periódicos he comprendido por qué: siempre pensé que la pena de muerte era una práctica que envilecía al que la secundaba y hoy, al ver su cara, no he podido evitar pensar que también dignifica al reo y esa dignidad de víctima (que debería ser patrimonio único de las Víctimas, con mayúsculas, y sus familiares) al final de una vida de dilapidación de todos los valores humanos, no debería de ser regalada a una persona que ha cometido las atrocidades que ha llevado a cabo Sadam. No puede descansar en paz tan pronto. Sería una pena.

lunes, 3 de diciembre de 2018

EL FINAL DEL VIAJE (I)

Fui a la boda de mi amiga Elena. Se casaba en el maravilloso Chateau de L´Eau, donde de jovencitos acudíamos a las fiestas decimonónicas de la aristocracia francesa que no se resistía a reproducir los mismos modelos de relación que habían disfrutado tanto en sus vidas de daguerrotipo de principios de siglo XX.

Me encontré con la sorpresa de que no me quedaría en el castillo, sino en casa de la tía Memé a escasos metros de la principal y que se trataba de una hacienda de explotación agropecuaria con ciertos tintes de grandiosidad arquitectónica que la asemejaban al Clos-Lucé de Amboise (1)en la Touraine un poco más al norte.

Al llegar, con mis maletas de España, me encontré la puerta abierta y pasé, no sin cierta vergüenza. Ahí estaba la Tante Memé, terminando una reunión de lo más pintoresca. Su grupo de invitados, compuesto por amigos de todas las edades, debatía animadamente alrededor de una chimenea, en una habitación llena de humo, de donde emanaba un cierto olor a marihuna que dejaba claro que la sobremesa había sido cuando menos entre personas "de confianza". Cuando me acerqué tímidamente vi como se levantaba una señora de unos 70 años , delgada y de pelo sorprendentemente corto y davidbowiano, que se me acercó enfundada en un multicolor y enorme jersey de croché a través de cuyos agujeros se escapaba un pezón a cada paso. Vaso de Ricard en mano (que a lo largo de los años le había bprovocado un "abbassamento de voce" de entre tres y cuatro tonos) y con cierto aire de displicencia acogedor , como lo haría un colega de barrio mafiosillo en sus dominios, se dirigió a mi en un inglés con un fuerte acento francés que presuponía erróneamente mi falta de destreza en la lengua de Victor Hugo.

- Tu habitación está preparada arriba. Si tienes ganas de tomar un Ricard con éstos antes de ir a la boda, aquí estaremos arreglando el mundo. Yo no voy a la ceremonia...iré solo después.- y añadió mientras desaparecía de mi vista -....¡ a bailar!


Subí a mi habitación por las escaleras de la mansión que estaba adornada con fotos de sus viajes y de sus toros charoleses que habían ganado premios a lo largo de sus años de ganadera y muchos jerseys de croché de patchwork.

¡¡Coge el que más te guste!! - escuche gritar desde abajo. - Los hago para mis amigos...
- Gracias, Memé- dije educadamente, pero sin duda demasiado bajo para después gritarle al hueco de la escalera cogiendo confianza : - Mercis Memé!!
- It´s nothing!
La habitación era la buhardilla y por tanto de vista provilegiada sobre la campiña francesa y la ganadería. La luz cálidamente lo acariciaba todo a esa hora del atardecer . La bañera, protegida por enredaderas de margaritas de plástico estaba a escasos centímetros de la cama y los muebles rústicos tenían ese "guemütlichiano" toque inmaculadamente descuidado que tan bien sabe dar la vieja aristocracia francesa. Olía a madera caliente.

En la mesilla una carta abierta que decía

"Mon cher amis".

No sabía si iba dirigida a mí o no pero la única manera de averigurlo era leerla aunque fuera sólo el principio.

"Querido amigo que vienes a mi casa. Haces bien leyendo esta carta . Hay quien se ha ido sin saber nada de mí por respeto a no leer aquello que no sabía si les pertenecía o no y, en efecto , si no lo hicieron era porque no era para ellos. Los que dudan nunca hacen nada.

No tengo tiempo para contarte mi vida. En verdad no tengo tiempo de ningún tipo. Pues precisamente la vida que te contaría , Mi Vida, se acaba y no quiero desperdiciarla con los preliminares . Prefiero que la leas. Cuando lo hayas hecho podrás decidir si quieres pasar parte este tiempo conmigo o seguir tu camino. Yo haría lo segundo. Es lo que hace la mayoría. Menos mis amigos. Mis amigos no, ellos se quedan. Me acompañan hoy y mañana como si fuera el último día. ¡Qué felicidad!

Cuando bajes sabré si has leído esta carta o no ...


(1) EL Clos Lucé fue la residencia de Leonardo a escasa distancia del castillo real . Estaba comunicado con el mismo para que el sabio pudiera acceder a las dependencias reales .